El cielo llora por mi

Era una de esas tardes desastrosas, en las que su cabeza la estaba torturando como siempre, y los actos de otras personas le arrancaban las lágrimas que sin querer desparramaba por el salón de casa. El día, como siempre, la acompañaba, y estaba nublado. Cuando sus lágrimas comenzaron a caer, el cielo comenzó a parpadear, con la luz de decenas de relampagos haciendo brillar una y otra vez el cielo. Uno tras otro, con su respectivo trueno, sin parar.

Poco a poco secó sus lágrimas y se dirigió hacia la ventana, y comenzó a mirar el cielo. Estaba descalza, y llevaba el mismo pantalón y camiseta que ayer. Su mente se encontraba en blanco, completamente ensimismada en el juego de luces que jugaban en el cielo. En el fondo, estaba enfadada, cansada, y deseaba, no, gritaba que uno de esos rayos se dirigiera hacia ella, y atravesara la ventana hasta alcanzarla. Poco a poco su mente se concentraba más y más, y pronto comenzó a llorar el cielo. Tan fuerte que asustaba, pero ella seguía observando inmutable cómo el agua impactaba en la ventana y en el suelo; incluso cómo la gente tenía miedo y corría para no mojarse.

Cuanto más se concentraba más llovía, hasta que en un momento, comenzaron a caer granizos, que golpeaban la ventana, uno tras otro, haciendo el chasquido que siempre hacen. Y entonces su cuerpo comenzaba a acercarse a la ventana, como si la lluvia la atrajera; como si los relampagos, rayos y truenos, la buscaran. Quería escapar de allí, quería salir a la calle y mojarse, y morir mojada por un rayo; golpeada por mil granizos. Pero no, se encontraba allí impotente al no porder hacer nada por arreglar lo que estaba pasando. Y completamente sola se dirigió a su cuarto, cogió el móvil y lo apagó, seguidamente desconectó el messenger para no ver absolutamente a nadie. Así cortó toda comunicación con alguna persona, ya sea una voz, o palabras escritas en un ordenador.

Y volvió de nuevo a la ventana… se apoyó sobre el sofá y siguió mirando como caía la lluvia. Su perra, se acercó a ella. Intuía que algo le pasaba a su dueña, y empezó a poner sus patas sobre sus piernas, hasta conseguir que ella la acariciara. Ella era la única que realmente la comprendía…

- Iros a la mierda…- dijo en voz alta – Iros a la puta mierda todas… - Y las lágrimas comenzaron a caer, mientras la lluvia se debilitaba.

Entonces se dio cuenta que lo impotente de su vida, es que las cosas le pasaban sin buscarlas. Se encontraba sola y ni siquiera sabía por qué. La convirtieron en una lobilla a la fuerza y ya no sabía cómo actuar ante la gente. La habían obligado a tener miedo a amar, y sin embargo, se moría por tener a alguién en quien confiar. Por alguna extraña razón, todos en los que puso un mínimo de confianza, terminaron fallándole. Haciéndole daño. Y era tal el nivel de sus heridas que ante el más mínimo intento o visión de que le iban a hacer daño, se defendía, encerrandose.

Estaba cansada de la vida, pero hace tiempo que la obligaron a vivir, porque un amigo le enseñó que el suicidio hace mucho daño. Pero imaginaba de mil y una forma, su muerte. Pero siempre se vería limitada por algo… o por alguien… y eso era lo que la mataba.

Intentar, intentar, e intentar… y nunca conseguir nada.